miércoles, 3 de junio de 2009

El juzgado enseña a divorciarse

Gracias a un convenio de la Xunta con el Juzgado, la Fiscalía y el Colegio de Abogados de Santiago, y el colegio gallego de psicólogos, se ha puesto en marcha un programa pionero en España -solo Madrid tiene algo parecido y tan completo, es decir, con abogado y psicólogo, gratuito y en sede judicial- que sería deseable implantar en el resto de los juzgados de familia de la comunidad.

El funcionamiento del programa es relativamente sencillo. Una pareja presenta una demanda contenciosa -divorcio, modificación de medidas, ejecución, incapacitación- y el juez examina el caso: si no hay malos tratos ni desigualdad-incapacidad para alcanzar acuerdos (toxicologías o enfermedades mentales), deriva automáticamente el expediente al servicio de mediación. Allí, una abogada -Olga Faílde- y un psicólogo -Juan Daponte- hablan con la pareja y sus abogados, indicándoles cómo funciona la idea, que consiste en una serie de charlas en las que no hay ni abogados ni jueces y donde nada de lo que se diga puede ser utilizado en el juicio, al que nunca acudirán los técnicos. «El 63% de las parejas aceptan la mediación», explica Juan Daponte, entre otras cosas porque «no compromete a nada, no paraliza el proceso, que va en paralelo, y es gratuita».

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¿Cómo se consigue que una pareja que lleva, por ejemplo, cinco años sin hablarse llegue a un acuerdo sólido y lo cumpla? «Haciéndoles ver que han de dejar esa posición inamovible en la que se encuentran y piensen en cuál es su verdadero interés», dice Juan Daponte. El psicólogo parece tener una varita mágica para conseguirlo, a la vista de su nivel de éxitos: «A veces lo único que necesitan es poder hablar», apunta Faílde.

Algunos llevan años sin dirigirse la palabra y comunicándose por medio de sus abogados, escuchando lo que opinan los padres, nuevos cónyuges, cuñados y tíos, pero sin sentarse juntos. Esa tensión es un patrón en la primera charla. Después se va rebajando: «A veces solo con que uno diga ''lo siento'' o ''no sabía que te hacía tanto daño''», apunta Olga Faílde, porque detrás de exigencias absurdas o draconianas se suele esconder el dolor de un capítulo vital no cerrado.

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