domingo, 12 de septiembre de 2010

Buscando nuestras fortalezas

El siguiente caso nos demuestra cómo a partir de una situación de gran sufrimiento y cuando la desesperación se hace más evidente, podemos encontrar nuestras propias fortalezas. Son ellas las que nos ayudarán a mejorar nuestro bienestar, siempre y cuando aprendamos a darles el lugar privilegiado que se merecen y a valorarlas lo suficiente.

El siguiente diálogo tuvo lugar una tarde del mes de noviembre de no sé qué año; en él participan el Dr. Frankl y un paciente suyo, un hombre de mediana edad.

Doctor: Cuénteme, señor, lo que le trae a verme.

Paciente: Que no puedo más, doctor Frankl; creo que no puedo soportar más dolor.

D: ¿Dolor? ¿Qué dolor?

P: El que siento aquí, y aquí. (El hombre se señaló el pecho y la cabeza).

D: Entonces debo entender que siente usted un extraordinario dolor en esas dos partes de su cuerpo, ¿no es así? (preguntó el doctor con una media sonrisa).

P: ¡No, no es así! (gritó el hombre; sus manos temblaban mientras las movía desde la mesa a las rodillas; sus ojos se volvieron redondos y duros). ¡Usted sabe que no es así! (volvió a afirmar en un tono de voz acusador y desesperado; seguidamente comenzó a llorar y, en segundos, el llanto se convirtió en su única expresión. El doctor lo miraba en actitud tolerante y escrutadora. El hombre, al cabo, logró sacar unas palabras: Discúlpeme, doctor, por hablarle en ese tono, pero…

D: Pero… no puede más.

P: Ya se lo he dicho: no, puedo más; ya llegué al límite del sufrimiento, y…

D: El sufrimiento, sí señor, es lo que se le hace insoportable, y no el dolor. Usted siente que su vida ya no tiene retorno a ese lugar en donde podía disfrutar de la serenidad, el consuelo, la esperanza, la ilusión… (El hombre rompió de nuevo en un llanto auténtico, demoledor, sonoro. El doctor lo observaba a la vez que le concedía tiempo para que manifestara libremente sus sentimientos).

P: Sí, eso es justamente; no puedo resistir un futuro como ése.

D: Y ¿por qué no se suicida? (El hombre levantó sus ojos hacia la cara del doctor, como buscando una clave que, por fuerza, debía existir: una explicación).

P: ¿Que por qué no me suicido?

D: Sí; ¿por qué?

P: ¿Cree usted que no lo he pensado?

D: Lo que yo pueda creer, ahora no tiene importancia. Quiero saber por qué no se ha suicidado ya, ante la perspectiva que, según usted, le aguarda en adelante.

P: (El hombre inclinó la cabeza y recapituló, mentalmente, las razones que, tantas veces, él se había dado para continuar viviendo). Dirigió su mirada hacia el doctor: Quiero seguir viendo la sonrisa de mi mujer, cómo crece mi hijo hasta superarme, quiero estar cuando mi sobrinillo sea capaz de decirme que me quiere,.. y muchas cosas más. (El hombre pronunció las últimas palabras entre sollozos, pero el doctor las entendió perfectamente).

D: ¿Cree usted que podrá hacerse cargo de lo que desea? (El hombre aún mantenía su mirada fija en la cara del doctor; las emociones anteriores parecieron desvanecerse, perder intensidad, a la vez que surgía en su interior un sentimiento nuevo; el hombre se esforzó en reconocerlo y, de inmediato, quiso ponerle nombre, asimilarlo, llevarlo hasta lo más profundo de sí; quería saber si le correspondía sentir aquello, si podía sentir esa cosa que, de momento y en aquel mismo lugar, transformó la expresión de su cara. El doctor pudo percibir una leve, arriesgada y audaz sonrisa en su paciente.