Que los hombres se preparen para empezar a deprimirse, porque las multinacionales farmacéuticas han encontrado en su depresión un nuevo filón de negocio. El aviso para navegantes del género masculino lo lanzan Marino Pérez y Héctor González Pardo en un libro que acaba de publicarse: «La invención de trastornos mentales» (Alianza Editorial), en el que estos dos profesores de la Universidad de Oviedo, expertos en Psicofarmacología y Psicología clínica, alertan de que «la escalada de desórdenes psiquiátricos que vivimos tiene mucho que ver con los intereses comerciales de la industria farmacéutica y con la complacencia de profesionales y pacientes»
Les trae sin cuidado echárselos a todos encima si a cambio consiguen «generar una conciencia crítica» y dejar sentado que «considerar los trastornos mentales como enfermedades es una falacia». «Todos tienen la culpa de esta situación». A estos dos investigadores no les sirve la rigidez del concepto «enfermedad mental». Lo que hay son circunstancias personales que tienen que ser afrontadas y no enmascaradas químicamente.
El proceso comenzó «hace veintitantos años», cuando la propaganda farmacéutica empezó a referirse a nuevos trastornos como el estrés postraumático, el ataque de pánico y la fobia social, y a incidir en otros como la depresión, «que ha alcanzado proporciones epidémicas, cuando en los ochenta apenas tenía relevancia».
La saturación de los quince centros de salud mental asturianos lo confirma: en el Principado, con la tasa de suicidio más alta de España, 10.000 personas acuden por primera vez a consulta psiquiátrica cada año. La mayoría, en busca de soluciones para los problemas de la vida cotidiana, como la ansiedad o la tristeza, que representan el sesenta por ciento de las consultas, mientras que los trastornos graves sólo suman un 13%. Siete de cada diez pacientes son mujeres.
Muchos de ellos «han sido educados para entender sus problemas cotidianos como derivados de supuestas causas biológicas de las que no hay evidencia y para que sean receptores de medicaciones. Ahora la gente atribuye sus problemas al cerebro, algo de lo que no eres responsable, que se se presenta como ajeno al ambiente, cuando antes los achacaban a las relaciones familiares o sociales. Así quedan exculpados y ajenos a sus problemas», apunta González.
Este doctor en Biología señala a la industria farmacéutica como la responsable última de esta perversión «para vender medicamentos», critica Pérez, «cuando está demostrado que los problemas psicológicos dependen de cómo te vaya en la vida y cómo lo afrontes».
La estrategia es proporcionar a los potenciales enfermos «una excusa para tomarse un medicamento que les permita no implicarse y que les va a solucionar la vida de una manera mágica». «Incluso algunos llegan con los síntomas tan claros que se los cuentan al médico, de tal manera que, para diagnosticar, el clínico simplemente los valida». Aumentan también, inciden, «las bajas laborales de quien dice: "Doctor, deme la baja, que estoy ansioso o deprimido"». Pero la solución es otra, según estos expertos, mal que les pese a laboratorios, pacientes, psicólogos y psiquiatras: «La manera de cambiar la relación con tus experiencias desagradables no es eliminarlas, porque si te las eliminan con una pastilla, quizá también te eliminan a ti». Y ahora es el turno de promover la depresión masculina, como antes se hizo con la femenina. Si usted es un varón y se siente triste, irritable o cansado, es un potencial cliente. La idea que subyace en la ofensiva publicitaria es que «se puede ser muy hombre y tener depresión»
La Nueva España
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